Steve Hall en pocas líneas
A finales de los años 80, en una visita a Nueva York que deparó innumerables revelaciones, no pude reprimirme y, al visitar la universidad de Columbia, me metí en una clase que estaba dando Steven Holl. La verdad es que no entendí mucho –a mi inglés le costaba descifrar los tecnicismos–, pero el solo hecho ver en directo, y en tan venerado escenario, a uno de los arquitectos que más admiro me insufló de gran energía. Una de sus grandes enseñanzas es que el cometido de la arquitectura es el mismo de siempre: crear metáforas materiales y espaciales para construir un mundo mejor.
Para avanzar hacen falta referentes, sea en el orden de la que vida que sea. En mi profesión, Holl es una guía por cimentar su trabajo en un proceso de análisis muy profundo que da como resultado obras muy bien conceptualizadas. Dicho de otro modo: el «concepto» es el motor que impulsa el proceso de diseño.
Además, Holl alcanza este nivel de síntesis a través de estudios hechos con acuarela de gran sencillez. De hecho, estuvo a punto de ser pintor (su hermano lo es). Con sus delicados trazos enseña que por mucho que se haya avanzado en el diseño por ordenador, el esfuerzo al que obliga plasmar con el movimiento de la mano lo que uno imagina con la mente mente seguirá siendo el mejor punto de partida para dar profundidad a nuestros proyectos.
Vanguardista tanto en la forma como en el fondo, Holl puede resultar difícil de entender al principio, pero a la larga siempre se impone su planteamiento, a la manera que pasa, pongamos, con Wagner o Joyce. Aunque a lo mejor peco de escrupuloso en este análisis. El Museo del Océano de Biarritz, que tuvimos la suerte de visitar hace pocos fines de semana, parece haber gustado desde el principio, tanto a arquitectos como a vecinos y turistas. Dedicado al mar y al surf, representa una gran ola.
A sus instalaciones se accede por debajo –a la superficie sólo aflora el restaurante y la cafetería–, en un típico recorrido de rampas y cambios de nivel, iluminado por luces cenitales. Lo que resulta sublime es que transmita la sensación de que se camina por debajo de las olas, y no ha sido casualidad, sino fruto de un maravilloso trabajo de síntesis previo.