El Ferrán Adrià de la floristería
Su arte se ha calificado como “neo-ikebana”, por ser una puesta al día, radical, de la ancestral técnica de arreglos florales nipona, si bien él camina en múltiples direcciones. Con cada estación, cambia de registro. Como si fuera el Ferrán Adrià de su profesión, Azuma Makoto (Japón, 1976) deconstruye, innova y busca continuamente la sorpresa. Así ha sido desde que empezó, hace 18 años, sin estudios previos y por iniciativa propia.
Su desbordante imaginación la pone continuamente de manifiesto con proyectos que se salen de cualquier concepción previa que podamos tener del oficio. En la instalación Iced Flowers ha querido ver cómo es el proceso de descomposición de flores y plantas dentro de enormes bloques de hielo. En Exobiotanica lanzó un bonsái y un ramo a la estratosfera desde el desierto de Nevada; esto es, a 30.000 metros de altitud y a menos 50 grados de temperatura. Un pino lo colgó en el interior de un silo para que un grupo japonés de rock se desmadrara tocando un tema instrumental. Y aquí no acaba la lista. Solo hemos hecho referencia a los experimentos del pasado año.
También ha desarrollado escenografías botánicas imposibles para marcas de cosmética y alta costura, desde Hermès hasta Shiseido, y ha quemado bonsáis y los hundido en agua (había truco). Azuma Makoto, que no reconoce ningún maestro, quiere con su trabajo “mostrar respeto por las flores y plantas, dejando constancia de su fuerza y efímera existencia”. De él ha dicho Kenyo Hara, director creativo de las tiendas Muji, “tiene la valentía de guiarse solo por su propia sensibilidad en mundo de férreas tradiciones como es en el que se mueve”.
Hara descubrió a este exquisito esteta en la floristería que tiene abierta en Tokio, de nombre Jardins des Fleurs, y que regenta junto a su socio el fotógrafo Shunsuke Shiinoki. Su particular universo botánico le cautivó de inmediato, porque en vez de entrar a una abigarrada tienda donde las macetas se confunden unas con otras y apenas hay sitio para caminar, se encontró con un pulcro espacio de experimentación, donde también se preparan fabulosos ramos de novia. Por supuesto.
En ese místico laboratorio, Makoto hace injertos que nadie ha intentado antes, da el máximo protagonismo a las plantas consideradas menos vistosas y juega con los bonsáis pero sin llegar a maltratarlos, pues en verdad no los quema y, tras tenerlos suspendidos en el aire, los vuelve a plantar en tierra. “Cuando los toco con mis manos, me digo que estoy ante formas de vida sagradas”. Así lo expresa quien pretende, con estas acciones, “hacer más explícitas las manifestaciones de la muerte y de la vida”, y que la gente profundice con mayor ahínco en el verdadero sentido de la Naturaleza, con mayúsculas. “Había dejado de ser popular como tema artístico y creo que hemos encontrado una nueva y excitante forma de relacionarnos con ella”.
Makoto define su trabajo como “una exploración de la fuerza expresiva de la Naturaleza”, entendido de forma muy ambiciosa: “quiero recorrer caminos que nadie haya transitado antes”. Anima a que otros le sigan e intenten cosas diferentes. “Hay mucho por descubrir”, señala. Persona locuaz, también muestra la humildad de los grandes artistas, hasta el punto de hacer una reverencia a las especies que conforman sus obras, una vez que ha terminado estas. “Decido su destino”, es la explicación para una práctica tan difícil de entender en Occidente.