Oda a Frank Gehry de un gran fan
Esta es la foto de un fan. El arquitecto Frank Gehry había cumplido los 85 años y los celebró asistiendo a la fiesta que se le organizó en la obra que le catapultó a la fama, el Guggenheim de Bilbao. Ahí estaba yo listo para abalanzarme sobre él y capturar este bonito recuerdo. Que me perdonen, otros matan por posar junto a la duquesa de Alba o Alejandro Sanz.
Comencé a seguir su carrera a principios de los 90. El ya había ganado el Pritzker en el 89, durante cuya entrega se alabó su espíritu explorador, equiparándolo nada menos que a Picasso. Me maravillaban sus primeras viviendas en California. Las de los pintores Ron Davis y Julian Schnabel, o la suya propia en Santa Mónica. En todas ellas llevaba los materiales a otro nivel, con su particular dinámica espacial. Gehry es sinónimo de movimiento.
También demostró su audacia en proyectos más ambiciosos como la fábrica de Vitra en Weil am Rhein o la escultura del Pez de los juegos de Barcelona. Al final, Bilbao fue la síntesis brillante de una larga trayectoria. Porque cuando Gehry terminó el museo estaba cerca de los 70 años. Los aplausos fueron unánimes, ocurre sin embargo hoy que estos se los llevan adolescentes en ropa de deporte que venden por millones de dólares su empresa sin saber qué rumbo tendrá. Así, parece casi una anomalía en estos días que alguien culmine su obra cumbre a esa edad.
Y eso es precisamente lo que más me interesa de Gehry, que su carrera haya sido como la de los buenos artesanos, lenta pero segura. Difícil en estos tiempos, en los que la prisa y el bombardeo de noticias e imágenes no deja tiempo para la concentración que requiere el trabajo bien hecho. Por eso se tira tanto de la pirotecnia que brinda la súper avanzada tecnología. Es más fácil. Lo divertido es a que al canadiense, que huye como de la peste de la denominación de stararchitect, se le ha acusado de eso, de abusar del Autocad. Pero es errónea tal apreciación. En el Guggenheim de Bilbao hay sólidos cimientos. Por eso funcionó el “efecto Guggenheim”, o el “Bilbao effect”, como se le conoce fuera, y no en tantos otros sitios.
En su 85 cumpleaños demostró además ser una persona entrañable y cercana, sin ínfulas. Su amigo Daniel Barenboim nos deleitó con unas sublimes sonatas para piano de Franz Schubert. Yo me acerqué a él para ver si me pegaba algo de lo suyo y me llevé de premio la foto que nos sacamos juntos, que por supuesto compartiré en Facebook 🙂