El último canto de Villa Luisa
En la calle San Martín de Algorta, subiendo desde la playa de Arrigunaga, un busto recuerda la figura del tenor Florencio Constantino, del que quizá no hayáis oído hablar, cuando dio mucho que hablar… Nacido en Bilbao en 1868 y criado en Ortuella, lo tuvo todo y todo lo perdió. Muerto en México con 51 años, brilló con fuerza en el firmamento lírico en las dos primeras décadas del siglo XX, la gran época de Enrico Caruso. Fue inmigrante en Argentina, educó su voz en Milán, construyó un teatro de la ópera en mitad de La Pampa y la leyenda dice que perdió la voz cantando el aria de ‘La Gioconda’ en la cima del Popocatepelt. Su vida, plagada de amantes, éxitos, quiebras y “huidas”, da desde luego para una serie de televisión.
Entre lo que tuvo y perdió fue su mujer, oriunda de Getxo, y la casa que construyó para ambos en 1903, Villa Luisa, nombre puesto en honor a ella. Ya convertido en estrella, había regresado a Bilbao junto a su familia tres años antes para estrenarse en el Teatro Arriaga encarnando al Duque de Mantua de ‘Rigoletto’, el rol que más veces encarnaría en su vida. El palacete algorteño, una obra del arquitecto Alfredo Acebal, lo usaron para descansar durante los veranos, aunque no tanto, pues no se perdía una. Asistía con regularidad a los toros y a las numerosas celebraciones organizadas en su honor. Fue amigo de personajes ilustres como Miguel de Unamuno, Aureliano Valle, los hermanos Arrue, el torero Mazzantini, Ignacio Zuloaga, Ramiro de Maeztu o Eduardo Zamacois.
En 1911 estuvo por última vez en el País Vasco con motivo de la boda de una de sus hijas. Para entonces, su matrimonio se había resquebrajado, y se había afianzado al otro lado del charco su carrera operística: junto a Alice Nielsen había conformado la pareja lírica de moda en los Estados Unidos. Sus representaciones de ‘La Bohème’ resultaron antológicas y ambos fueron las estrellas principales de la ópera de Boston. Tras su paso por el Metropolitan neoyorkino, hasta la prensa italiana, tan celosa de Caruso, se rindió a su arte. Pero, como decíamos, perdió la voz, y en noviembre de 1919 consumía sus días en soledad en un lúgubre manicomio de Ciudad de México, donde fue enterrado. Luego la historia ahondaría la herida pasándole la injusta factura del olvido.
Villa Luisa fue pasando de manos. En 1953, Ángeles Echevarría Zuricalday, viuda de Jesús Barreiro Zaval, hizo una reforma total con el arquitecto Rafael Fontán Sáenz. En 1965 José Luis Echevarría Cortés construyó otras ampliaciones y miradores. La casa, con protección municipal, siguió en manos de la misma familia hasta su adquisición por la promotora Grupo Anasagasti, quien ha encargado a Foraster Arquitectos su rehabilitación para albergar 5 viviendas, una por planta, mas otra en la antigua casa de los guardeses. Se trata de una reforma integral donde se mantienen las fachadas renovando totalmente su interior. También se habilita un garaje bajo el jardín, donde todas las viviendas disponen de plazas y trasteros. Al ser una por planta, gozan de las cuatro orientaciones y vistas 360º. Las escaleras que comunican verticalmente las plantas se sitúan en el mismo lugar donde las primitivas y además se proyecta un ascensor. Son además energéticamente sostenibles, al contar con suelo radiante, aerotermia y sistema de ventilación mecánica.